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Buenos días garuber, quiero preguntarte algo… ¿cómo has pasado el veranito? Sí, ya sé que aún quedan unos días de agosto para rascar, pero bueno, casi está llegando a su fin y me gustaría saber si lo has disfrutado bien, bien. Yo he pasado la mayor parte del tiempo en Madrid porque estoy escribiendo muchas canciones de cara a septiembre y al lanzamiento de mi segundo álbum, que ya queda menos y hay que meterle caña a los temas que escogeremos.

En cuanto a viajes, únicamente me fui un fin de semana a Salamanca, que tenía muchas ganas de ir desde hace tiempo (es preciosa), y luego decidí ir a visitar a mi madre y mi hermana Rocío a Murcia, que han pasado allí todo el verano y ya las echaba de menos… ¡no veas como se lo montan, en la playita, tomando el sol y sus mojitos sin alcohol para después de cenar, ellas sí que saben! también he salido con mis amigos, he hecho planes, en la piscina, visto series, de relax… y aunque haya pasado la mayor parte del tiempo trabajando, para mí componer es muy divertido, así que en cierto modo es una forma de descansar y desconectar del trajín del día a día.

Es importante aprender a disfrutar de nuestro tiempo libre sin sentirnos culpables, y aunque parezca una tontería, esto lo digo porque a mí antes me pasaba. Al tener un trabajo sin horarios ni sueldo fijo, siempre tenía que mantenerme a tope. Estaba tan ajetreada entre semana que llegaba el fin de y me sentía incapaz de parar, como con la sensación de que, si me sentaba en el sofá a ver una serie un rato, estaba perdiendo tiempo y dinero. Me ha costado mucho entender que no se pierde, sino que se invierte en otras cosas que también son muy necesarias para el cuerpo y la mente.

Bueno, después de contarte un poquito mi verano y esperar a que me cuentes el tuyo, vamos al tema que nos ocupa. En el post de hoy voy a compartir contigo algo que me ocurrió durante mi viaje a Santiago de la Ribera, Murcia. Como a parte de mi hermana Rocío y mi madre también estaba mi hermano Nino con sus dos hijos y no cabíamos en un solo coche para ir a la playa, teníamos que llamar a mi otra hermana, Charo, que tiene casa allí, para que acercara al menos a uno de nosotros en el suyo. Normalmente era yo la que iba siempre con ella, me dejaba en la playa y después me recogía. Cerca del Mar Menor hay bastantes aparcamientos para personas con discapacidad, pero hubo un día en el que estuvimos dando vueltas y vueltas a la ida para encontrar uno porque estaban todos ocupados. Al final, Charo tuvo que poner las luces de emergencia, mal parar y sacar mi andador rápido para que no esperaran demasiado los coches que venían detrás. Bueno, hasta ahí no pasa nada, todo normal, porque si todas las plazas estaban completas por gente que lo necesitaba, mala suerte para nosotras, haber llegado antes.

Charo me dijo que vendría a recogerme más tarde en la plaza de aparcamiento donde solía dejarme todos los días. Total, que me fui a la zona de pasarela de madera para encontrarme con el resto de mi familia. Pasamos un rato de playa estupendo viendo a mis sobrinos disfrutando como enanos que son, y además mi hermano Nino y yo hicimos snorkel con unas máscaras con tubo muy chulas que se había comprado hace poco en el Decathlon con las que podíamos bucear y ver peces enormes y de colores sin sacar la cabeza del agua (si te gusta bucear, te las recomiendo). Durante el transcurso de la mañana, como no hice mucho caso al teléfono no me di ni cuenta de que mi móvil se había quedado sin batería, así que cuando llegó la hora de recoger y Nino llevó de vuelta a casa a toda la tropa, me quedé incomunicada. No podía llamar a Charo ni a nadie, menos mal que mi hermano había hablado un rato antes con ella para decirle la hora aproximada a la que iríamos a comer.

Pensé que la mejor opción era ir hacia el aparcamiento donde habíamos quedado y esperar a que viniera, y mientras me dirigía hacia allí, observé que un coche con el símbolo de discapacidad en el que iba montada una persona con síndrome de down daba vueltas intentando estacionar. Al llegar al punto de encuentro, descubro que dicha plaza estaba ocupada por un coche sin tarjeta, así que acerqué a un bar a preguntar si alguien sabía de quién era ese SEAT león aparcado incorrectamente y dio la casualidad de que la dueña estaba justo allí: “es mío” dijo. Le pedí que lo quitara, pero solo no por mí, sino por aquel padre buscando sitio y por todas las personas que necesitan que los huecos con la señal de reservado para movilidad reducida, sean respetados. La chica me dijo que no iba a quitarlo, que solo estaría cinco minutos y que me esperara.

Bueno, por un lado, los cinco minutos habían pasado ya y de sobra, y por otro, durante esos cinco minutos un coche que realmente lo necesitaba estaba dando vueltas sin parar. Me molestó mucho su reacción egoísta y despreocupada, así que contesté que hacer eso denotaba una falta de empatía importante, pero ella seguía pasando de lo que yo intentaba explicarle. Al final fue inevitable por mi parte sacar un poco de carácter, recordarla que todos nos hacemos mayores y que nadie está a salvo de poder necesitar un aparcamiento como ese algún día. Me afectó tanto que incluso se me olvidó que estaba esperando a mi hermana y que ella tenía que aparcar ahí para poder encontrarnos, pero a la chica le daba igual, todo le daba igual y además llegó un momento en el que empezó a encararse con chulería mientras sus familiares apoyaban su forma de actuar como energúmenos.

Bueno, lógicamente no me puse a su nivel, pero a cabezota no me gana nadie y acabó quitando el coche a regañadientes bajo la atenta mirada de la gente que estaba en la terraza sin decir ni pío. Justo después apareció mi hermana, aparcó un momento donde correspondía, me subí y me marché de allí, pero no pude evitar darle vueltas a lo que acababa de pasar, me dio pena. Pena porque todavía hay mucha gente que no se da cuenta de que esos “cinco minutos” pueden suponer un problema muy grande para otras personas. Pena porque estoy segura de que esa chica respeta los vados y las zonas de carga y descarga a rajatabla con tal de que no aparezca la grúa para molestar, pero no las que están destinadas a la gente que no puede moverse igual que ella. Pena porque en vez de reconocer honestamente su error y pedir disculpas, obvió todas mis explicaciones con una actitud muy poco ejemplar. Pena porque su familia o amigos apoyaban su egoísmo, pero nadie más abrió la boca para hacerla ver que efectivamente, por muy a la defensiva que se pusiera, no había actuado bien. Pena por sus “me da igual” acompañados de cierto desprecio, pero sobre todo por el niño con síndrome de down y su papi, que ya habían perdido bastante tiempo de playa, solecito y castillos de arena solo porque a esta chica le resultaba más cómodo aparcar donde le saliera de la nariz. Garuber, con este post solo quiero hacer un llamamiento al respeto y empatía una vez más, y pedirte que si algún día presencias algo parecido no tengas miedo a pronunciarte al respecto.

Si nos callamos y lo dejamos pasar, el cambio tardará más tiempo en llegar, y como ya he dicho en numerosas ocasiones, tal vez ese tiempo sea oro para ti, tu madre, abuelo o ser querido.

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