¡Feliz lunes Garuber! Hoy quiero hablarte de un deporte con el que las personas con movilidad reducida quemamos calorías a tope… no, no es el fútbol, como tuviera que ponerme a correr y a hacer chilenas, lo llevo claro. Tampoco es el esquí porque, aunque a veces ruede ladera abajo, no suele ser sobre nieve blandita. Me refiero a un deporte que, aunque llevamos muchos años practicándolo no tenía nombre hasta que Fundación ONCE decidió ponérselo a través de una campaña publicitaria que me parece de lo más acertada, la de “el barrerismo”. Bien, procedo a explicarte en qué consiste este concepto: dícese del arte de esquivar todo tipo de obstáculos cada vez que decidimos salir a dar un simple paseo. Estos obstáculos son de lo más variados, como por ejemplo árboles plantados en medio de la acera, furgonetas mal aparcadas, mesas y sillas de las terrazas, contenedores que taponan el paso… por supuesto sin contar con el mal estado que tienen algunas calles. No te puedes imaginar lo que esto supone diariamente para las personas que tenemos alguna discapacidad, y es por eso por lo que quiero aprovechar este post de hoy para contarte una anécdota que representa un claro ejemplo de barrerismo y que estoy segura te ayudará a entender hasta qué punto puede llegar a complicarse mi rutina y la de millones de personas que tienen las mismas circunstancias físicas que yo.
Es cierto que, aunque todavía quede mucho trabajo por hacer, muchos establecimientos se están esforzando por volverse accesibles para todos, y eso se agradece, sobre todo que cada vez haya más lugares que dispongan de aseos con la puerta ancha y agarraderas destinadas a que las personas con sillas de ruedas o andadores puedan hacer algo tan básico como sus necesidades. Lo que ocurre es que no sólo se han de tener en cuenta dichas reformas, también es sumamente importante queuna vez estén hechas, se respeten.
Me explico, y perdona si te parezco demasiado escatológica: me ha pasado muchísimas veces que voy a un bar a tomar algo con mis amigos y me entran ganas de ir al aseo a soltar la cerveza que me acabo de tomar. Entonces me dirijo a la barra y pregunto si disponen de un baño en el que pueda entrar con el andador sin problemas, me dicen que sí, y voy hasta el aseo en cuestión bailando la conga, mitad por las ganas de miccionar, mitad por la alegría que supone poder llegar hasta el wc sin hacer malabarismos. Cuando abro la puerta feliz de la vida, llega el zas en toda la boca: ese aseo supuestamente adaptado está lleno de fregonas, objetos personales de los profesionales de la limpieza y cajas de cartón: ¡Toma ya! Más que un servicio
parece un almacén en el que por supuesto no queda espacio para pasar entre tanto trasto. Entonces hay que deshacer el camino andado, aguantarse las ganas con fuerza y como se pueda, volver a la mesa y pedir a tus amigos que te echen una mano para poder llegar a los otros baños estándar, que suelen estar en el piso de abajo con sus correspondientes escaleras.
Conclusión: el barrerismo no debería existir. Primero porque hay millones de barreras e impedimentos que se solucionarían fácilmente utilizando el sentido común y pensando un poco más en los demás. Segundo, porque es un deporte y como tal debería practicarse por gusto y no por obligación. Pero bueno, ya que aún queda mucho tiempo para que el barrerismo desaparezca definitivamente, por lo menos podrían considerarlo modalidad olímpica, ¿no?
Quiero terminar con el enlace de la campaña de Fundación ONCE para que la conozcas. A lo mejor te hace reír, pero, sobre todo, reflexionar. BARRERISMO-FUNDACIÓN ONCE