Feliz lunes garuber, te doy la bienvenida un lunes más a mi blog. La semana pasada te conté la historia de Paco, un niño precioso y sobre todo muy luchador al que merece la pena dedicar unos minutos de tu tiempo, así que si todavía no has tenido ocasión de conocerle, te invito a que vayas al post anterior, pero después de leer este ¿eh? Jijiji.
Hoy quiero contarte algo muy íntimo, demasiado diría yo. Tanto que he estado pensando si debía compartirlo o guardarlo para mí, ahora entenderás por qué. La cuestión es que después de darle muchas vueltas, he decidido atreverme porque estoy aquí para hablarte de aquellas cosas que deberíamos mejorar para hacer de este mundo un lugar accesible para todos, así que como persona y como mujer, en cierto modo me veo en la obligación de que sepas ciertas vivencias (por muy íntimas que sean) para que así puedas hacerte una idea cada vez más global y completa de todas las barreras que existen y a las que nos tenemos que enfrentar a diario las personas que no tenemos una movilidad perfecta.
Como ya sabrás, nací con una parálisis cerebral que me afecta a la parte locomotora de las piernas, camino con la ayuda de mi descapotable, o andador, como prefieras llamarlo. Además, fruto de esta afectación cerebral tengo la llamada diplejía espástica, que por si no sabes exactamente de qué trata, te lo explico brevemente: la diplejía espástica consiste en la rigidez momentánea de los músculos debido a cualquier tipo de estimulación, ya sea alegría, sorpresa, miedo, nerviosismo… cuando mis piernas reciben un impacto, responden poniéndose muy tensas y hacia arriba, lo que yo con guasa llamo “mi propio empalme”. Bien, dicho esto procedo a contarte lo que tanto me ha costado decidir.
Hace días tenía que ir al ginecólogo para realizarme una citología y la revisión rutinaria que tenemos que hacernos todas las mujeres a partir de cierta edad. Esa revisión era muy importante para mí, ya que llevo bastante tiempo sospechando que hay algo en mi interior que no marcha como debería (nada grave, o al menos eso espero). Para que me dieran esa cita tuve que esperar meses, ya sabes cuáles son los ritmos de la seguridad social. Cuando por fin llega el día de acudir al médico en el centro de salud más cercano a mi casa, en Colmenar Viejo, me sentí muy feliz. Primero porque de una vez por todas podría despejar mis dudas, segundo porque al tener coche, podía desplazarme por mí misma hasta allí sin necesitar la ayuda de nadie, algo que agradecí teniendo en cuenta que es una consulta demasiado privada y personal como para llevar acompañantes. Una vez en la sala de espera, algo de nervios. Cuando me llegó el turno, entro tan contenta y le cuento a la doctora el motivo de mi preocupación: “llevo un tiempo pensando que algo no marcha bien”. La doctora y su ayudante me miran, y lo primero que me dicen es que no saben si seré capaz de subirme a esa butaca en la que tenemos que abrir nuestra alma hasta lo más profundo (las mujeres saben a lo que me refiero), y que de otra manera es imposible proceder. Yo le respondo que voy a subirme como sea, que no puedo esperar más. Lo intento, me subo, y cuando voy a colocarme, las piernas no llegan del todo a los dos brazos de la butaca debido a mi espasticidad y flexibilidad. Como la ayudante se limitaba a observar, pido que me ayude a sujetar una de las piernas, yo me encargaba de la otra. El caso es que, en vez de echarme una mano, la doctora me dijo que no va a atenderme, y que me fuera a la consulta de La Paz, en Madrid, donde sí tienen un sillón ajustable y adaptado para las personas como yo.
No me lo podía creer. Insistí varias veces en que era importante que me atendieran, pero la doctora se negó alegando posibles peligros para mí. Bueno, querida doctora, te agradezco la preocupación, pero resulta que sí había formas de poder llevar a cabo la consulta, solo necesitaba un poco de ayuda (ya me he hecho revisiones otras veces). No daba crédito porque hasta ese momento ni me imaginaba lo complicado que puede resultar algo tan básico y tan importante como ir al ginecólogo para una mujer con discapacidad. Si en La Paz tienen sillones adaptados significa que existen, entonces ¿por qué no se instala uno en cada centro de salud? ¿por qué en pleno siglo XXI ni siquiera podemos encargarnos nosotras mismas de nuestra intimidad solo porque no estén disponibles los medios necesarios? Un solo sillón adaptado marca la diferencia, pero por lo visto nadie lo ha tenido en cuenta, al menos en Colmenar Viejo, y ahora debo esperar OTRO MES más para que puedan atenderme en La Paz, lugar al que por narices debo llevar a alguien que venga conmigo ya que está a mucha más distancia y además es mucho más complicado aparcar.
Como verás, es un tema muy personal pero también hay que alzar la voz para que las cosas cambien. Ya sé que tú, garuber, seguramente no puedas hacer nada para ayudar a que los hospitales nos tengan en cuenta y nos dejen cuidar por nosotras mismas nuestros asuntos más privados, pero al menos espero que sirva como reflexión para que cada vez puedas entender mucho mejor la sociedad en la que vivimos y la necesidad de cambio en tantos aspectos que hay.
Un abrazo muy grande y te espero en el directo de cada viernes.