Feliz lunes garuber, ¿cómo ha ido el fin de semana? Espero que muy bien. Estas últimas semanas hemos estado hablando y comentando ciertas noticias que me llamaron la atención y te podían resultar interesantes, pero ¿qué te parece si para este post cambiamos completamente de tercio? Hoy quiero contarte una historia, la de María.
María Rocher es de Valencia, profesora de baile, una chica de lo más amable y con un arte que no se puede aguantar. Y aunque el mundo debería disfrutar de su presencia y compañía cada día, hay algo que intenta impedir que María salga de su casa: tiene agorafobia. La agorafobia, a grandes rasgos, es la ansiedad que se siente al estar en lugares abiertos, así como el temor a enfrentarse a situaciones que podrían causar pánico y hacerte sentir atrapado, indefenso o avergonzado, por lo que las personas que lo sufren evitan este tipo de lugares o circunstancias. Le temes a una situación real o anticipada, como usar el transporte público, estar en espacios abiertos o cerrados, hacer una fila o estar entre una multitud. Los síntomas son muy diversos y afectan a varias partes del cuerpo: aturdimiento, mareo, presión en el pecho, escalofríos, enrojecimiento, dolor estomacal, sudores, frecuencia cardíaca acelerada… y un sinfín de etcéteras que lógicamente, dificultan muchísimo el hecho de poder tener una vida normalizada. Lo más complicado de la agorafobia es que no se pasa de un día para otro, sino que todas estas afectaciones pueden durar de seis meses en adelante.
Bueno, ahora que ya conoces (muy por encima) en qué consiste esta enfermedad, vamos de nuevo con María. La primera vez que sintió este miedo fue en diciembre de 2016 durante un viaje en coche en el que comenzó a ver borroso, dejó de controlar las distancias con el vehículo de delante a la hora de circular y aparcar, se encontraba más cansada de lo habitual y empezaba a sentirse muy incómoda en los lugares que solía frecuentar. Ella no sabía muy bien lo que ocurría ni por qué ocurría, pero salir a hacer recados cotidianos cada vez se iba convirtiendo en una tarea más y más ardua. Hasta que llegó un día en el que María dejó de ver la luz del sol. Ya han pasado dos años y pico, dos años en los que su vida se detuvo casi por completo. Cito con sus propias palabras la sensación con la que convive desde entonces: “La gente lo ve como un miedo que tienes que superar, pero la verdad es que la vida se te para. Tuve que dejar de dar clase porque no era capaz de llegar a las academias, y salir a la calle era como ir a un desierto eterno en el que nunca llegas a destino, todo el rato con mareos, flojera de piernas, ganas de querer correr. Correr hacia la puerta de tu casa. Correr para sentirte a salvo. Correr, correr, correr, sin ver el momento de dejar de hacerlo. Llega un momento en el que dejas de tener ilusión por todas las cosas que antes te gustaban. Además, como no es una dolencia visible, durante los primeros meses la gente está encima intentando hacer que lo superes, pero poco a poco comienzas a escuchar comentarios del tipo: “igual lo estás fingiendo” o “lo tuyo no es para tanto”. Mi vida llegó a reducirse a las tres calles más próximas de mi casa. Ayudas de sanidad, ninguna. Para cuando consiga llegar hasta el ambulatorio igual ya se me ha pasado. Si lloras, recibes un es que no estás haciendo nada por superarlo, y si ríes, la respuesta es que deje de tener tanto cuento”.
¿Por qué he querido compartir esta historia con vosotros hoy? Porque María es un ejemplo para todos, ya que a pesar de estar sufriendo esta circunstancia que lleva acompañándola tanto tiempo es muy consciente de que la única forma de superarlo es mirar a su miedo de frente. No se acomoda, sino que cada día intenta dar un pasito más, cruzar la calle, llegar al bar más próximo de su casa para tomar algo, bajar un ratito a ver las fallas, aguantar en ellas, volver a subir a casa a respirar e intentarlo de nuevo para poder disfrutar del ambiente durante las fiestas más típicas y conocidas de su ciudad. En definitiva, vivir, quiere vivir y se esfuerza por cambiar su situación, y ese es el primer paso y el más importante para darle la vuelta a la tortilla sea cual sea nuestro problema o limitación: ser valiente, detectar lo que nos ocurre y buscar soluciones aunque eso signifique colocarse en una tesitura incómoda, porque, aunque puedan parecer actos pequeños a ojos de los demás, en realidad son pasos de gigante que representan el comienzo de su recuperación. Y no solo eso, sino que también ha comprendido la importancia de compartir su experiencia con los demás. María se merece un altavoz porque sus ganas de vivir son mucho más fuertes que el pánico, y porque ahora mismo se encuentra en la búsqueda de su propio para qué. Quizás lo ha encontrado ya puesto que, al hilo de la importancia de compartir, hace unos días me envió un vídeo que ella misma ideó en el que cuenta su historia a través de su gran pasión: el baile, con el fin de ayudar a todo aquel que, como ella, se sienta encerrado en su propio miedo. Dejo en enlace al final y te animo a que entres a verlo, te aseguro que merece la pena dedicar unos minutos.
Si como ella tú también quieres contarme tu historia para que la publique en este espacio y pueda servir de ayuda a otros, no dudes en contactar conmigo a través de estas dos cuentas de instagram @garuaccesibilidad y @miriamfernandez90
María quiero darte las gracias por el coraje que demuestras, por expresar en alto lo que te sucede con el único propósito de ayudar a otros, por ser una luchadora sin capa y hacer posible que podamos conocer la agorafobia un poquito más.
Y a ti, Garuber de mi alma, decirte que espero que disfrutes de este maravilloso vídeo, gracias por estar ahí, nos vemos el viernes en GaruTV